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5 oct 2011

Heráclito: el fuego, las almas, la ética y la política




El libro de Kirk y Raven, Los filósofos presocráticos, en su capítulo sexto, explica al personaje Heráclito de Éfeso (desde los fragmentos que se tienen según Diels y Kranz): su vida, su obra, sus interpretaciones y su pensamiento.
         En cuanto a su pensamiento nos habla de algunos puntos: cómo cree que “los hombres deberían de comprender la coherencia subyacente a las cosas”, es decir el Logos; da también varios “ejemplos de la unidad de los opuestos”; explicando cómo “cada par de opuestos forma, por tanto, una unidad y una pluralidad. Pares diferentes resultan estar también interconexos”; y cómo por ello “la unidad de las cosas subyace a la superficie y depende de una equilibrada reacción entre opuestos”. Otros puntos que aborda son: el hecho de que “el equilibrio total del cosmos sólo puede mantenerse si el cambio en una dirección comporta otro equivalente en la dirección opuesta, es decir, si hay una incesante discordia entre opuestos”; y cómo “la imagen del río ilustra la clase de unidad que depende de la conservación de la medida y del equilibrio en el cambio”. Hasta que llegamos al apartado en el que habla de que “el mundo es un fuego perdurable;  algunas de sus partes están siempre extintas y constituyen las otras dos masas importantes del mundo, el mar y la tierra. Los cambios entre el fuego, el mar y la tierra se equilibran mutuamente; el fuego puro o etéreo tiene una capacidad directiva”[1]. Que de hecho es el apartado a partir del cual me corresponde tatar de hacer síntesis. Después nos hablan sobre la Astronomía, la sabiduría, el alma, la muerte, junto con una crítica a la religión; abordan el tema de la política y la ética. Claro está, siempre desde la interpretación a Heráclito.
         En otras palabras, Kirk y Raven, explican el Logos al que se refería Heráclito, es decir la razón primigenia, arquetípica, de todas las cosas; la armonía de los opuestos como característica del (de la) mismo (a); y el continuo movimiento en que se encuentran las cosas al surgir del Logos, siendo éste el único que permanece.


            En cuanto al fuego, encontramos un primer fragmento:
Fr. 30, Clemente, Strom. ν 104, 1:
Este cosmos [el mismo de todos] no lo hizo ningún dios ni ningún hombre,  sino  que  siempre  fue,  es y será fuego  eterno,   que  se  enciende según medida y se extingue según medida.[2]
Gracias a éste nos damos cuenta de cómo Heráclito comienza a plantear la conclusión de su pensamiento en el fuego, como la forma concreta del Logos, que sin embargo no es materia; y las cosas existen en la medida en que el mismo se apaga y se enciende. Esta concepción era al igual que el Logos una idea abstracta. De modo que podemos observar en el rayo a la expresión más pura de éste fuego, que en su relación de evaporación y demás procesos crea la lluvia, la cual crea al mar; del mismo modo, a la tierra, son los volcanes quienes la crean.
            Y, del mismo modo que la tierra y el mar, todos los cuerpos celestes tienen su relación con el fuego, en la medida que son cubetas contenidas de fuego gracias a que están volteadas hacia nosotros y absorben las llamadas exhalaciones del mar.
            Por ello es que estos autores (Kirk y Raven) nos afirman que para Heráclito “la sabiduría consiste en entender el modo en que opera el mundo”. Ya que “la vida misma del hombre está indisociablemente atada a todo lo que le rodea”[3]. De modo que la sabiduría sólo puede ser conseguida por quien entiende el Logos, para Heráclito esta persona era Zeus, pues en él era contenido el Logos  y el fuego.
            En lo que a las almas se refiere, Heráclito las relacionó en su estructura con el cuerpo y con el  mundo en general, pues para él también eran fuego o aliento del mismo. Ésta acepción puede ser dada debido a que el cuerpo al morir es frío y al vivir caliente, por lo tanto es un reflejo del fuego primigenio. Sin embargo no todas se mantienen de esta forma, algunas “se humedecen” de diferentes modos, perdiendo toda posibilidad de trascendencia, en cambio las que se mantienen iguales hasta la muerte pasan a formar parte del fuego y de esta forma trascienden su forma humana.
            En cuanto a la religión y al culto, piensa que la idea de dioses antropomorfos es inadecuada, pero que de alguna forma acercan, aunque accidentalmente, a los hombres para que conozcan el Logos.
            Y todo esto lo lleva a la vida concreta dando consejos de ser moderados, de auto-conocerse y de llevar la naturaleza física del cuerpo y del alma a la coherencia de vida en la ética y la política.
            En resumen, Heráclito:
Explica prácticamente todos los aspectos del mundo de un modo sistemático, poniéndolos en relación con un descubrimiento central —el de que los cambios naturales de todo tipo son regulares y están equilibrados y el de que la causa de este equilibrio es el fuego, el constitutivo común de las cosas, denominado también su Logos—. La conducta humana, lo mismo que los cambios del mundo exterior, está gobernada por el mismo Logos: el alma está hecha de fuego. La comprensión del Logos, de la verdadera constitución de las cosas, es necesaria para que nuestras almas no estén excesivamente húmedas y las convierta en ineficaces la insensatez personal.[4]
Una vez sintetizado el pensamiento de Heráclito me queda decir que su filosofía no se puede entender si no es en el contexto en el que se desarrolló. Es decir, también él trató de responder a lo que los mitos no respondían, buscó, bajo una teoría bastante bien argumentada, dar a entender desde lo abstracto: cómo era la naturaleza primigenia de las cosas; hasta lo concreto: cómo era la ética y la política. Considero que los argumentos de Heráclito son una buena base para entender la coherencia de vida, que tanto le reclamaba a sus contemporáneos, es decir, el hecho de vivir conforme su naturaleza y no conforme a lo que sólo sus sentidos percibían.


BIBLIOGRAFÍA:
C. S. KIRK, J. E. RAVEN Y M. SCHOFIELD. Los Filosófos Presocráticos I, Madrid: GREDOS, versión digital, cap. VI.


[1]C. S. KIRK, J. E. RAVEN Y M. SCHOFIELD. Los Filosófos Presocráticos I, Madrid: GREDOS, versión digital, cap. VI.
[2] Ibídem, p.257.
[3]Ibídem, p. 265.
[4]Ibídem, p. 279.